EL SEÑOR ESPÍRITU SANTO:
DÉJATE INVADIR DE PODER

         Quiero en este mes, entrar en un tema fascinante y que se habla poco incluso en nuestra Bendita Renovación, pero que es importantísimo en los tiempos que estamos viviendo. No voy a hablar de estos tiempos porque todos los experimentamos en carne propia, paro, crisis y lo peor el asesinato libre; léase aborto, que es abominable ante los ojos de Dios. La civilización de la muerte esta servida en bandeja, mata cuando quieras y como quieras, y yo te mataré cuando quiera y como quiera. 

Vivimos cada vez en un mundo mas loco, hoy me he levantado con ganas de hacer algo que sea realmente interesante y que me suba la adrenalina; pues ala a poner unas bombas en unos trenes y sembrar el dolor y el pánico. Como mi vida no tiene sentido, golpeo y mató a los que me aman; cada día la violencia de genero se cobra nuevas victimas. Como yo soy incapaz de sentir placer, busco la manera que nadie lo sienta y como lo único que me llena por unos momentos es el poseer, denigro, robo y mato a quien se ponga por delante. Triste panorama el de nuestro mundo, convulsionado y en los últimos tiempos del dominio del Maligno.

         Es necesario que el Señor Espíritu Santo tome su lugar, convirtiendo este valle de lágrimas y muerte en un lugar de vida y alegría sin fin. Para que esto sea una realidad es necesario que Él Reine en tu vida y en la mía, que Reine en la Iglesia y en el mundo; poro como os decía el mes pasado, es el gran desconocido, aún dentro de la misma Iglesia e incluso dentro de muchos carismáticos que solo lo ven como en fuego, el viento o la palomita y no han entrado en una experiencia viva de su persona, que no han tenido un encuentro con la Persona de Dios Espíritu Santo. Se conocen y se viven sus carismas, pero no se le conoce y se le vive a Él. 

         Este mes quiero que demos un paso más en nuestra experiencia de Él, hasta que desaparezcamos, para que solo sea Él.

         En los Hechos de los Apóstoles 2, 17, retomando la profecía de Joel, San Pedro nos dice: “Derramaré mi Espíritu sobre todo mortal y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros jóvenes verán visiones y vuestros ancianos soñarán sueños”. Y como yo soy un jovenazo – de casi 53 años, hoy no, ¡mañana! - , ¿Lo duda alguien?, el Señor me regalo en Calellá el 20 de Abril del año 2002, un sueño que quiero compartir con vosotros ahora.

         Os diré, que en el sueño que algunos ya conocéis, el Señor me revelo el Reinado del Espíritu Santo, así como el Triunfo de la Iglesia al Final de los Tiempos sobre el Maligno. El sueño fue de la siguiente manera:

         “Vi dos habitaciones que estaban unidad por un arco pero no había puertas y en cada habitación había un grupo de personas. En una estaban todos cantando, bailando, fumando, bebiendo y haciendo otras muchas cosas que vosotros os podéis imaginar y no necesitáis que os las explique, era la depravación total. En la otra estaba yo con un grupo de personas que también cantaban pero en una alegría y gozo que era del Señor. En medio había una persona vestida de blanco, un blanco que nunca antes había visto, a esta persona en ningún momento del sueño que duro toda la noche le vi la cara. Él era el que presidía nuestra asamblea y Cantaba y con el nosotros: ‘Cristo vive en mi Aleluya, Cristo vive en mi. O que maravilla es que Cristo viva en mi’. Mientras esa persona iba tocando y sanando a las personas cuando cantábamos: ‘Cristo vive en ti, Aleluya, Cristo vive en ti, o que maravilla es que Cristo viva en ti’ y en ese mismo instante esas personas eran sanadas, liberadas, perdonadas, de manera que al volver a cantar: ‘Cristo vive en mi’ la persona sanada, liberada, perdonada, ungida ya podía cantarlo junto con nosotros. Mientras algunas de las personas de la otra habitación que se asomaban a ver que pasaba en la nuestra se iban uniendo a nosotros y la Persona las tocaba y sanaban. Pero después de mucho rato la Persona se empezó a tambalear como si estuviera mal y todos nos preocupamos, hasta que al final cayó en tierra con la cara mirando al suelo, estaba como muerta; nosotros nos pusimos muy tristes y les decíamos a los de la otra habitación que pasarán a la nuestra y nos ayudaran a orar y que la Persona se pusiera buena pues no podíamos creer que hubiera muerto.

         Muchos pasaron pero otros continuaron con sus depravaciones. Después de mucho orar y cantar la Persona se comenzó a incorporar, pero al incorporarse lo hizo realizando todos los gestos de oración de todas las religiones del mundo, hasta que por fin se puso en pie y continuo con la oración y el canto: ‘Cristo vive en mi’. La habitación nuestra se hacia cada vez más larga e iba pasando sanando a los que estaban en camas como de hospitales. Recuerdo claramente algunas caras que he podido reconocer - algunos estáis aquí hoy, y habéis sanado o estáis en proceso. (Una es María Rosa de Calellá) - . Uno estaba en cama lleno de hierros por todos lados como si hubiera tenido un accidente, yo y otros ayudamos a la Persona a quitarle los hierros, hasta que la persona se pudo poner de pie y seguir con nosotros cantando. Cada vez éramos más y formábamos como una gran procesión. Poco a poco sin salir de la habitación esta se fue convirtiendo en un gran paseo con unos árboles hermosísimos a los lados, formando un paseo muy hermoso y lleno de color, ya no estamos dentro sino fuera en un lugar único. 

Mientras caminábamos uno se acerco a la Persona y le dijo que lo curara. Tenia una pierna con unos aparatos ortopédicos y en el otro pie un zapato con una calza muy grande. Mientras cantábamos la Persona le toco y los hierros cayeron de su pierna. Pero cuando comenzamos a cantar ‘Cristo vive en ti’, salió corriendo con la calza, por lo cual no podía correr mucho. La Persona nos dijo: ‘Este no es de los nuestros’ y salió corriendo para atraparlo. Cuando lo alcanzó le volvió la cara hacia nosotros y yo pude ver que era el Diablo. Todos seguimos cantando y la Persona hizo un Exorcismo con el canto de manera que cuando volvimos ha decir Cristo vive en ti, el Diablo exploto en las manos de la Persona que lo tenia cogido. Exploto en millones de pedazos horrendos. En ese mismo instante todo se lleno de una luz como llamas, en mi vida he visto cosa igual. Era como una gran bola de luz y ya no había nada más, ni la Persona, ni yo mismo. Sólo luz, paz y amor. Era algo que no puedo explicar de la hermosura.”

Después en la mañana comente el sueño a las hermanas de Calellá y les dije que la Persona creía que era Jesús a lo que Maria Rosa me contestó que no, que era el Espíritu Santo. Desde entonces he meditado mucho este sueño que me esta cambiando y me ha enseñado precisamente que el Reinado del Espíritu Santo es hacer que Viva en nosotros Jesucristo y conducidos por Él, Espíritu Santo, hasta llegar llenos de salud, salvación y liberación al Paraíso, la Casa del Padre, donde todo es Luz, Paz y Amor.

Estamos viendo en el momento que el Espíritu, la Persona de Dios se esta levantado, cuando parecía morir en un mundo tan corrompido, tan depravado. Pero la oración de Alabanza del Nuevo Pueblo Renacido por el Bautismo del Espíritu, de todos nosotros; esta haciendo que el Espíritu tome en su corazón todas las religiones del mundo entero, pues sólo hay un Dios y Padre de Todos. Después todo cambiará y será el tiempo de salir de lo que nos impide la libertad, será el tiempo de Gracia anunciado por el mismo Señor a través de tantos profetas y de su misma Madre, María, que es también nuestra Madre. Después de este periodo de tiempo largo y hermoso será destruido el acusador del mundo Satanás. Y al final todo será Paraíso y vida en Dios Padre. Luz, Paz y Amor.
Para explicaros mejor lo que vi en sueños, quiero utilizar una visión que el Señor le regalo a Vassula. El Señor la llevó a pasear por el Paraíso. Pero antes os explicaré algo sobre ella:

Vassula Ryden nació en Egipto, de padres griegos, de religión Ortodoxa, el día 18 de enero de 1942. En noviembre de 1966 se casó con un funcionario de la F.A.O., con el que tuvo dos hijos. La profesión de su marido la llevó a vivir en diversos países: 16 años en África (Sierra Leona, Etiopía, Sudán, Mozambique, Lesotho) y varios años en Asia (Bangladesh).

     Durante treinta años vivió alejada de Dios y de toda práctica religiosa, inmersa en las vanidades del mundo, triunfando como modelo, campeona de tenis, afamada pintora.

Pero, en noviembre de 1985 Dios irrumpió en su vida. Primero fue su Ángel de la Guarda, Daniel, que la fue preparando e instru­yendo. Tuvo que pasar una gran “purificación” interior, en la que vio todos sus pecados como los ve Dios. Vassula describe esos días como un auténtico “purgatorio “. Después, fue el Padre Celestial quien le habló, quedando Vassula admirada por Su ternura, Bon­dad y Amor. Simultáneamente, Jesús empezó a manifestarse, a modelarla, a transformarla, para transmitir a través de ella Sus Mensajes para toda la humanidad. En estos Mensajes, Jesús nos advierte de los tiempos que estamos viviendo y de los aconteci­mientos que se avecinan. Son una Llamada amorosa para atraernos a Él y cambiar nuestras vidas. Son (Según palabras de la propia Vassula) “Una carta de Amor de Dios a cada uno de sus hijos”. Hoy esta en la Iglesia Católica.

         VISIÓN DEL CIELO   (tomo I; 26.03 .87, pp. 176-178)
                   Dios me dio una visión
         -Alégrame, Vassula, y comprende que Yo, Dios, soy uno. Yo quiero mostrarte un poco más de Mi Gloria. Rija, ¿sabes cómo ha sido creado el Cielo?
     -Por Ti, por medio de Ti.
     -Sí, Yo he medido la longitud, altura y profundidad, y todas las dimensiones son Perfectas. Cada pequeña criatura viviente viene de Mí y es, realmente, Mía. Todo tipo de vida viene de Mí, Mi Soplo es vida. ¿Quieres saber más de Mis Obras Divinas?
     -Sí, Señor.
     -Entonces, demos un paseo por Mi Gloria.
                   Me encontré, en la presencia de Dios, paseándome en un jardín espléndido, lleno de colores, inundado de luz, pero no de un sol como el nuestro. Al andar, vislumbré una enor­me bola de luz tocando el horizonte. Era como un gran sol, pero se le podía mirar fácilmente, sin lastimarse los ojos.
         -¿Cómo te sientes, hija?
     - ¡Esto es maravilloso y tan extraño!
     - ¿Qué ves?
     - Una especie de sol.
     - Sí, es Mi Santa Morada ¿qué es lo que ves alrededor de esa Luz?
                   Al principio, vi unas manchas que se movían alrededor de esa luz; luego precisé que esas “manchas” eran pequeños ángeles, que Le rodeaban. Parecían millones.
         - Son Querubines que circundan Mi Gloria. ¿Qué más ves?
     - Escaleras que conducen al interior del sol.
     - Entremos en esa Luz. ¿Estás preparada? Quítate los zapatos, pues entramos en terreno sagrado. Ahora, ya estamos en el interior de la Luz.
                   Al entrar, yo creía que me iba a encontrar en una luz bri­llante; pero no, todo era de color azul. Lo que más me impresionó era el silencio, una sensación de Paz y Santidad. ¡Era extraordinario! Estábamos en el interior de una esfera.
     -Sí, es una esfera.
                   El “muro” que nos rodeaba, no era un “muro”, sino seres vivientes; eran ángeles, un muro de ángeles. El “techo” era una especie de bóveda formada por ángeles. Eran todos azules y eran millones, miríadas, colocados uno al lado de otro, eran de gran altura, ángeles uno encima de otro, for­mando una “pared” sólida, cerrando la esfera.
         -Mis Serafines vigilan este santo lugar y Me adoran incesantemente. ¿Los oyes?
     “... Santo, Santo, Santo es nuestro Dios, el Altísimo...”
     - ¿Cuántos son, Señor?
     -Millares, hija, ¿sabes quién es aquél, tan hermoso, con la espada de oro?
     - No lo sé.
                   Vi uno que se diferenciaba de los demás, pues tenía un color “normal”, cabellos rubios hasta los hombros, vestido con una larga túníca resplandeciente de la más pura blancu­ra. Tenía en la mano una bellísima espada de oro.
         -Vassula, la espada es Mi Palabra. Mi Palabra es pura, ella traspasa e ilumina.
                   De repente, la “bóveda” redonda se abrió como una flor.

         Después de esto entremos de lleno en este maravilloso tema sobre el Señorío del Espíritu Santo y su Reinado; dejándonos llenar de todo su Poder.
          El Padre Félix de Jesús Rouger, fundador de los Misioneros del Espíritu Santo, entre otras congregaciones;  propagó una jaculatoria, para pedir el reinado del Espíritu Santo. Este tema lo podemos empezar así:

     ¡QUE VIVA Y REINE EL ESPÍRITU SANTO!
     ¡Y QUE EL MUNDO ENTERO LE SEA CONSAGRADO!

     “ESTAMOS VIVIENDO en la Iglesia un momento privilegiado del Espíritu. Por todas par­tes se trata de conocerlo mejor, tal como lo revela la Escritura. Uno se siente feliz de estar bajo su moción. Se hace asamblea en torno a él. Quiere dejarse conducir por él” (Evangelii Nuntiandi, n. 75). Esto lo escribía S.S. Pablo VI, el 8 de diciem­bre de 1975, cuando estaban terminando las tres cuartas partes del siglo XX.
    
 No cabe duda. El siglo xx recibió de Dios la gracia de tener una conciencia más viva del Espí­ritu Santo y de su acción en el mundo, en la Igle­sia y en el hombre. El Papa Juan XXIII anhelaba “los prodigios como de un nuevo Pentecostés” (25-XII-1961), Pablo VI pedía “una gran efusión del Espíritu Santo, acogida con deseo, con constancia, con empeño personal y comunitario” (25-VII1-1972). Los Padres del Vaticano II sintieron que el Concilio había sido “como un paso del Espíritu Santo en su iglesia” (SC n. 43).

     Las dos Encíclicas que hasta el presente se han escrito sobre el Espíritu Santo son fruto de los últimos cien años: “Divinum illud munus” de León XIII (9-V-1897), y “Dominu;n et Vivificantem” de Juan Pablo II (18-V-l986). El Beato Papa Juan Pablo II ha enriquecido la reflexión teológica sobre ese tema mediante una serie de Catequesis semanales que impartió durante los años 1989-1990.

     Nuestro Santo Padre Benedicto XVI, no cesa de hablarnos sobre el Espíritu Santo, en toda ocasión y de mostrarnos su importancia para la Iglesia, el mundo y cada uno de nosotros a nivel personal.

     Tan solo quiero anotar algunos de pasajes de la homilía del Santo Padre en este Pentecostés, que acabamos de pasar:

         Pentecostés es la fiesta de la unión, de la comprensión y de la comunión humana. Todos podemos constatar cómo en nuestro mundo, aunque estemos cada vez más cercanos los unos a los otros gracias al desarrollo de los medios de comunicación, y las distancias geográficas parecen desaparecer, la comprensión y la comunión entre las personas a menudo es superficial y difícil. Persisten desequilibrios que con frecuencia llevan a conflictos; el diálogo entre las generaciones es cada vez más complicado y a veces prevalece la contraposición; asistimos a sucesos diarios en los que nos parece que los hombres se están volviendo más agresivos y huraños; comprenderse parece demasiado arduo y se prefiere buscar el propio yo, los propios intereses. En esta situación, ¿podemos verdaderamente encontrar y vivir la unidad que tanto necesitamos?

Sólo puede existir la unidad con el don del Espíritu de Dios, el cual nos dará un corazón nuevo y una lengua nueva, una capacidad nueva de comunicar. Esto es lo que sucedió en Pentecostés. Esa mañana, cincuenta días después de la Pascua, un viento impetuoso sopló sobre Jerusalén y la llama del Espíritu Santo bajó sobre los discípulos reunidos, se posó sobre cada uno y encendió en ellos el fuego divino, un fuego de amor, capaz de transformar. El miedo desapareció, el corazón sintió una fuerza nueva, las lenguas se soltaron y comenzaron a hablar con franqueza, de modo que todos pudieran entender el anuncio de Jesucristo muerto y resucitado. En Pentecostés, donde había división e indiferencia, nacieron unidad y comprensión. 

El Espíritu Santo, Espíritu de unidad y de verdad, puede seguir resonando en el corazón y en la mente de los hombres, impulsándolos a encontrarse y a aceptarse mutuamente. El Espíritu, precisamente por el hecho de que actúa así, nos introduce en toda la verdad, que es Jesús; nos guía a profundizar en ella, a comprenderla.

El Espíritu Santo nos guía hacia las alturas de Dios, para que podamos vivir ya en esta tierra el germen de una vida divina que está en nosotros. De hecho, san Pablo afirma: «El fruto del Espíritu es: amor, alegría, paz» (Ga 5, 22). Notemos cómo el Apóstol usa el plural para describir las obras de la carne, que provocan la dispersión del ser humano, mientras que usa el singular para definir la acción del Espíritu; habla de «fruto», precisamente como a la dispersión de Babel se opone la unidad de Pentecostés. 

Queridos amigos, debemos vivir según el Espíritu de unidad y de verdad, y por esto debemos pedir al Espíritu que nos ilumine y nos guíe a vencer la fascinación de seguir nuestras verdades, y a acoger la verdad de Cristo transmitida en la Iglesia. El relato de Pentecostés en el Evangelio de san Lucas nos dice que Jesús, antes de subir al cielo, pidió a los Apóstoles que permanecieran juntos para prepararse a recibir el don del Espíritu Santo. Y ellos se reunieron en oración con María en el Cenáculo a la espera del acontecimiento prometido (cf. Hch 1, 14). Reunida con María, como en su nacimiento, la Iglesia también hoy reza: «Veni Sancte Spiritus!», «¡Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor!». Amén.”
         Además, no es difícil oír hablar de “carismas del Espíritu Santo”, de “reinado del Espíritu Santo”, de “consagración al Espíritu Santo”. De hecho, el Episcopado mexicano consagró la nación al Espíritu Santo en 1925, renovó esa consagración en Pentecostés de 1975 y en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, el  20 de abril de 2009. En corrien­tes actuales de espiritualidad aparece la misma inquietud.

     A nivel del cristianismo universal, diferentes Iglesias cristianas han sentido, a lo largo del siglo, la necesidad del Espíritu Santo; y así en 1900 brotó el Pentecostalismo clásico; en la década de los cincuenta apareció en otras denominaciones cristianas el Neopentecostalismo. 

     La Renovación en el Espíritu Santo, llamada sobre todo “Renovación Carismática”, apareció en la Iglesia Católica en febrero de 1967, un año y dos meses después de concluido el Concilio Vati­cano II. Eran días de grande actividad eclesial, pues se trataba de buscar y encontrar caminos ade­cuados para poner en práctica la renovación de la Iglesia, renovación inaugurada y ordenada por el Concilio. En estas circunstancias, la Renovación Carismática aparece como un acontecimiento posconciliar, vinculado al Concilio mismo.

     La fisonomía propia y la identidad específica de la Renovación brotan de las circunstancias de su nacimiento. La Renovación nació en una clara y decidida expectación de un Pentecostés para la Iglesia de hoy.
     Los primeros participantes de este movimien­to, después de meses de oración pidiendo el don del Espíritu Santo, y al final de un retiro espiritual en que reflexionaron sobre el Pentecostés de los Apóstoles, tuvieron la experiencia de haber recibi­do una extraordinaria efusión del Espíritu de Dios, “un bautismo en el Espíritu Santo”.

     Este bautismo se manifestó tanto en la conver­sión interior de las personas, como en la aparición de dones y carismas espirituales, semejantes a los recibidos por los Apóstoles en los días del naci­miento de la Iglesia.

    Por esa razón, la Renovación Carismática —o “Renovación Pentecostal Católica”, como tam­bién se le llama en un documento reciente de la Santa Sede—, promueve esa experiencia funda­mental, llamada “un bautismo en el Espíritu Santo”, como una gracia no únicamente para los grupos de Renovación, sino para toda la Iglesia, ya que Pentecostés no es exclusivo de ningún movimiento, sino el Don del Espíritu Santo para el mundo entero.

     La Renovación Carismática, nacida como una chispa en Pittsburgh en febrero de 1967, se ha propagado como incendio sobre paja, y ha invadi­do los cinco Continentes. A un poco más de 45 años de su naci­miento, de oriente a occidente y de norte a sur, la Renovación proclama, con el poder del Espíritu, que Cristo Jesús vive, que es el Señor, que mora en medio de nosotros, que nos bautiza con su Espíritu, y que con él glorificamos al Padre de los cielos. La RCC se encuentra en más de 235 países y son ya más de 120 millones de católicos, los que han vivido esta experiencia del Bautismo en el Espíritu Santo; aunque también hay que decir que no todos han sido fieles al Espíritu en la renovación. En España existen más de 600 grupos de oración y algunas comunidades, son más 50 mil personas que participan con asiduidad en los grupos, más los que viven en comunidades. En Cataluña existen actualmente unos 59 – 41RCC + 18 RCCE - grupos de Oración, de los cuales 22 – 16 RCC + 6 RCCE - están en la Diócesis de Barcelona. En nosotros ya Reina el Espíritu Santo.
    
     En estas circunstancias, sin caer en los exce­sos de Montano, ni en los extremismos de Joaquín de Fiore, un bien conocido filósofo y teólogo laico francés, Jean Guitton, se ha preguntado reciente­mente: “¿No estaremos entrando en un tercer Tiempo, que sucederá al tiempo del Padre y al tiempo del Hijo, y que será el reino del Espíritu?” (En Retrato del Padre La grange. Palabra, Madrid, 1993, pág. 161).

     Una de las expresiones características en la espiritualidad de la Cruz es, justamente, “el reina­do del Espíritu Santo”. Pues bien, la expresión “el reinado del Espíritu Santo” ¿puede acaso significar algo diferente al “reinado de Dios” o al “reinado de Cristo”?

     La frase “el reinado del Espíritu Santo” no se encuentra, de manera explícita y como tal, en la Sagrada Escritura. Sin embargo, es lícito su empleo a partir de las formulas encontradas en la sagrada Escritura y en la Tradición de la Iglesia; porque además ella nos dan su sentido verdadero de esta expresión. Vamos ahora a intentar descubrir estas cosas a partir de la Sagrada Escritura, la Liturgia de la Iglesia, los Santos Padres, Concepción Cabrera de Armida y del Catecismo de la Iglesia Católica.

     Yo estoy convencido que tenemos que proclamar al Espíritu Santo, Señor de nuestras vida y declararlo nuestro Rey, propagando por el mundo su Reinado. Si la primera intención de los Cruzados en la antigüedad era liberar los sagrados lugares de los impíos, hoy como nuevos cruzados los de la Renovación debemos liberar el Espíritu Santo en todos los lugares donde no esta presente y en cada persona; aunque esto pueda representar: burlas, incomprensión, persecución, sufrimiento y muerte. Hoy quiero proclamarme Cruzado del Espíritu Santo, ¿Quién se anima a esta noble causa? ¿Cuántos cruzados del Espíritu Santo hay aquí hoy?

     El pueblo de Israel, en el A.T., daba el Título de Señor a Dios Padre y en el N.T. los discípulos da a Jesús el Título de Señor en 600 ocasiones; pues bien a llegado el tiempo que la Iglesia le de el Título de Señor al Espíritu Santo.

         1.- EL REINO DEL ESPÍRITU SANTO.-
         ¿Cómo, pues, se puede concebir, a la luz de la Escritura y principalmente del Nuevo Testamento, el “reinado del Espíritu Santo”?
         1.  El Reino de Dios, Jesús, El Espíritu Santo
         El Reino o reinado de Dios, Jesús y el Espíritu Santo son tres términos muy vinculados entre sí, pues la proclamación del Reino está en íntima conexión con el bautismo de Jesús en el Jordán, cuando el Padre lo ungió con el Espíritu Santo y le dirigió su palabra de filiación:
         “En cuanto salió del agua, vio que los cielos se rasgaban y que el Espíritu, en forma de paloma, bajaba sobre él. Y se oyó una voz que venía de los cielos: eres mi Hijo amado, en ti me complazco!”’ (Mc 1, 10-11).
         En efecto, san Lucas comenta: “Jesús, lleno de Espíritu Santo, se volvió del Jordán y era con­ducido pon el Espíritu...” (Lc 4, 1); luego “volvió a Galilea por la fuerza del Espíritu” (Lc 4,1 4); y en la sinagoga de Nazaret declaró: “El Espíritu del Señor está sobre mí porque me ha ungido...” (Lc 4, 18).
     Y desde entonces —dice san Mateo—, comenzó Jesús a predicar y decir: “¡Convertios, porque el Reino de los Cielos está cerca!” (Mt 4, 17) y recorría toda Galilea enseñando en las sinago­gas, proclamando el Evangelio del Reino y curan­do toda enfermedad... (Mt 4, 23).
     Es interesante notar que en Lucas 11, 2, a pro­pósito de la segunda petición del “Padre nuestro”, en lugar de “¡Venga tu Reino!”, algunos manuscri­tos dicen: “¡Venga tu Espíritu Santo sobre noso­tros, y nos purifique!” (Tal vez proviene de un contexto bautismal). Esto nos da a entender y nos enseña que existe una vinculación muy fuerte entre el Reino de Dios y la venida del Espíritu Santo.
         2.  Jesús, hecho “Señor y Cristo”
         Pero, para la reflexión que nos ocupa, es clave el texto de Hechos 2, 33, pues describe el misterio de la glorificación celeste de Jesús: su unción como Señor, Rey y Sumo Sacerdote para siempre:
       “Y exaltado a la diestra de Dios, y habiendo recibido el Espíritu Santo prometido, ha derramado esto que vosotros veis y oís”. 
         Así pues, en la exaltación a la diestra de Dios, Jesús recibe el Espíritu Santo que el Padre había prometido, y es hecho “Señor” y “Cristo” —esto es, “Ungido”— (Hch 2, 36); es constituido “Hijo-de-Dios-con-poder” (Rm 1, 4); es establecido “Heredero regio” y absoluto en cielos y tierra (Mt 28, 28; Hb 1, 2); y es entronizado como Sumo Sacerdote para la eternidad (Hb 6, 20).
     Es entonces cuando, el día de Pentecostés, derrama sobre los Apóstoles el Espíritu Santo; éstos proclaman por primera vez el testimonio de Jesús con el poder del Espíritu, y nace visiblemen­te la Iglesia (Hch 1, 3-5.8; 2, 1-41).
     A partir de ese momento y hasta el final de los tiempos, Cristo Jesús —el Señor Ungido— ejerce, mediante la acción soberana del Espíritu Santo, el reinado que Dios-Padre ha puesto en sus manos; y, “cuando hayan sido sometidas a él todas las cosas, entonces también el Hijo se someterá a Aquel que ha sometido a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todo” (1Co 15, 28; cf 15, 24-28.45).
     En esa forma, el reinado del Padre es el reina­do del Hijo y es el reinado del Espíritu Santo. Cuando el Padre realiza en el mundo y en cada ser humano su reinado, no lo hace sino por Jesús y en el poder del Espíritu Santo. Es un Reino único y un solo reinado; pero ese Reino y ese reinado es a la vez, con matices diferentes, según las propieda­des personales, el reinado del Padre y del Hijo-Jesús y del Espíritu Santo.
     Por esa razón, no se debe hablar ni de tres rei­nados, ni de una sucesión de reinados: el reinado del Padre, luego el reinado del Hijo, finalmente el del Espíritu Santo. La razón es clara: se trata del mismísimo y único reinado desde siempre, desde que Dios es Dios, pero que tomó una modalidad especial cuando el Hijo de Dios se hizo hombre, y cuanto ese Hijo-Jesús glorificado, habiendo reci­bido el Espíritu Santo que el Padre había prometi­do, derramó en el mundo ese Divino Espíritu.
     De allí las fórmulas litúrgicas tan ricas, como son:
     — El final de la oración colecta: “Por nues­tro Señor Jesu-Cristo, tu Hijo, que vive y reina contigo, en la unidad del Espíritu Santo...”.
     — El principio de la Plegaria Eucarística tercera: “Santo eres, en verdad, Padre, y con razón te alaban todas tus criaturas, ya que por Jesu-Cristo, tu Hijo, nuestro Señor, y en la fuerza del Espíritu Santo, das vida y santificas todo, y congregas a tu pueblo sin cesar”.
     — La gran doxología al final de las Anáfo­ras: “Por Cristo, con él y en él, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria, por los siglos de los siglos. Amén”.
     — La doxología breve y sintética: “¡Gloría al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo!”.
     San Basilio (+ 379), Padre de la Iglesia, que escribió un Tratado sobre el Espíritu Santo, dice: “El camino que conduce al conocimiento de Dios va del Espíritu, que es uno, por el Hijo, que es uno, hasta el Padre, que es uno; e inversamente, la bondad natural, la santidad y la dignidad regia vienen del Padre, pasando por el Hijo Único, hasta el Espíritu” (Tratado..., n. 47).
            Los documentos del Concilio Vaticano II nos ofrecen estas expresiones: “Por Cristo en el Espíritu a Dios” (PO 6.3). “Con el Padre en el Espíritu Santo” (PO 14,33). “En la unidad de su Espíritu” (LG 13.27). “Al Padre por Cristo en el Espíritu” (LG 51,15). “De Dios Padre y del Hijo en el Espíritu” (UR 2,44). “Con el Padre, el Verbo y el Espíritu” (UR 7,21).
         3.  El reinado del Espíritu Santo
         Siendo el reinado del Espíritu Santo el mismo que el reinado del Padre y de Jesús, a él se aplica todo cuando el Señor dijo en el Evangelio acerca del Reino de los Cielos. Pues bien, Jesús enseñó que su Reino no es como los de este mundo, sino que es trascendente y espiritual, penetra toda la vida del hombre y se ejerce en lo más íntimo del corazón (cf Jn 18, 36; Mc 4, 11; Lc 17, 20-21; Mt 11, 25-27). Y san Pablo escribió admirablemente en apretada síntesis: “El Reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia y gozo y paz en el Espíritu Santo” (Rm 14,17).
     El Reino de Dios realiza las promesas anun­ciadas por el profeta Jeremías sobre la Alianza nueva: “Pondré mi Ley en su interior y sobre sus corazones la escribiré, y Yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo..., cuando perdone su culpa y de su pecado no vuelva a acordarme” (Jr 3 1, 33-34).
         Pero es, gracias a la acción secreta y profunda del Espíritu de Dios —según los vaticinios de Ezequiel—, como puede realizarse ese reinado interior y divino: “Os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo... Infundiré mi Espíritu en vosotros y haré que os conduzcáis según mis preceptos y observéis y practiquéis mis normas” (Ez 36, 26-27).
         Por tanto, hablar del “reinado del Espíritu Santo” no es sino hablar de la acción soberana que el Espíritu de Dios, que es el Espíritu de Cristo, ejerce a cada momento, ininterrumpidamente, para santificar a la Iglesia, Cuerpo de Cristo, y a cada uno de los miembros que la integran.
     Reinar es gobernar, es conducir, es ejercer su acción. El Espíritu Santo reina cuando gobierna, cuando conduce, cuando guía, cuando mueve, cuando asiste, cuando ilumina, cuando justifica, cuando consagra, cuando santifica, cuando comu­nica vida...
     Al reinado del Espíritu Santo se le aplican absolutamente las características que la Liturgia canta del Reino de Cristo: “Un reino eterno y uni­versal; el reino de la verdad y de la vida, el reino de la santidad y de la gracia, el reino de la justicia, del amor y de la paz” (Prefacio de la Fiesta de Cristo, Rey del Universo).
     Si quisiéramos sintetizar esa acción del Espí­ritu, y, por tanto, el ejercicio eficaz de su reinado, bastaría presentar algunos enunciados del Apóstol San Pablo; ya que fue un eminente teólogo y un calificado místico del Espí­ritu Santo.
Para el Apóstol:
El Espíritu Santo es la Fuerza divina que entra en acción en la proclamación del Evangelio: 1Ts 1, 2-6; 1Co 2, 1-5.
El Espíritu Santo es el revelador de la sabiduría misteriosa de Dios, que concibió eterna­mente el plan de salvación en Cristo Jesús: 1Co 2, 6-16; Ef 3, 5.
Es el principio de la Alianza nueva, la Alianza del Espíritu, y, por consiguiente, el autor de un ministerio y de un culto nuevo: 2Co 3, 4-11; Flp 3, 3; Ef 2, 18; 5, 18-20.
Él es la promesa del Padre y de Jesús: Ga 3, 14.
Dios obra la salvación del hombre median­te la acción santificadora del Espíritu: 2Ts 2, 13-14; Rm 15, 16.
El Espíritu actúa en el bautismo para hacer una nueva creación, formando al hombre interior y siendo en él principio activo de una vida nueva: 1Co 6, 11; Ga 5, 16-25; 6, 7-8; Rm 2, 29; 7, 1-6; 8,1-17; Ef 3, 16; Tt 3, 5-6.
Es el don que Dios ha depositado en lo más secreto del corazón del hombre, transformán­dolo en santuario del Espíritu y en morada de Dios: 1Ts 4, 8; 1Co 3, 16-17; 6, 19; Ga 4, 6; Rm 5, 5; Ef 2, 22.
El Espíritu Santo es quien derrama en nuestros corazones el amor del Padre: Rm 5, 5; 15, 30; Col 1, 8; 2Tm 1, 7; y nos da la experiencia íntima de ser hijos de Dios; Ga 4, 6; Rm 8, 12-17. Así, él es en nosotros fuente de gozo y de esperan­za: Ga 5, 22; Rm 14, 17; 15, 13.
Habitando en el corazón del creyente, el Espíritu Santo ora en nuestro interior con gemidos inenarrables y nos ayuda constantemente en nues­tras necesidades: Rm 8, 26-27; Flp 1, 19. Él es la fuente de la libertad cristiana: 2Co 3, 17.
El Espíritu Santo es el alma que da vida al Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia: 1Co 12, 13; y es el principio de comunión, es decir, de unión del creyente con Dios y con los demás hermanos para formar el único Cuerpo de Cristo: 2Co 13, 13; Flp 1, 27; 2, 1; Ef 4, 3-4.
Él es el dispensador generoso que distribu­ye la innumerable variedad de dones y carismas que sirven para edificar la Iglesia: 1Ts 5, 19-22; 1Co 12; Rm 15, 19; Ef 1, 17.
El Espíritu Santo es en el corazón del cre­yente las arras de la gloría futura y él será el prin­cipio de la resurrección de nuestros cuerpos mortales: 2Co 1, 21-22; Rm 8, 11; Ef 1, 13-14.
     Después de esta visión panorámica, podemos concluir que hablar del “reinado del Espíritu Santo” no es otra cosa sino: 1º comprender la acción que el Espíritu de Dios despliega en el mundo y desarrolla en el misterio de la salvación y santificación del hombre, y 2º entregarse con voluntad libre y total para que ese mismo Espíritu realice en cada cristiano y en la comunidad entera su obra salvadora y santificadora.
     “El reinado del Espíritu Santo” no consiste en que el Espíritu Santo comience ahora a reinar, como si no lo hubiera hecho siempre; sino en que los cristianos nos hagamos más conscientes, gra­cias a la luz del mismo Espíritu, de la acción sobe­rana y pluriforme que el Espíritu Santo despliega en la Iglesia y en cada uno de los creyentes, y nos abramos plenamente y con toda nuestra libertad a esa acción divina.

     2.- LOS SANTOS PADRE Y EL REINADO DEL ESPÍRITU SANTO.-
        
1. San Basilio Magno: La obra del Espíritu Santo.
         —      El Espíritu Santo “todo lo llena con su poder, pero se comunica solamente a los que son dignos de ello, y no a todos en la misma manera, sino que distribuye sus dones en proporción de la fe de cada uno” (Sobre el Espíritu Santo, c. 9, n. 22. Martes VII de Pascua).
    —      “Por el Espíritu Santo se nos restituye el paraíso; por él podemos subir al reino de los cie­los; por él obtenemos la adopción filial; por él se nos da la confianza de llamar a Dios con el nom­bre de Padre, la participación de la gracia de Cris­to, el derecho de ser llamados hijos de la luz, el ser partícipes de la gloria eterna, y, para decirlo todo de una vez, la plenitud de toda bendición, tanto en la vida presente como en la futura. Por él podemos contemplar como en un espejo, cual si estuvieran ya presentes, los bienes prometidos que nos están preparados y que por la fe esperamos llegar a disfrutar. En efecto, si tales son las arras, ¿cuál no será la plena posesión? Y si tan valiosas son las primicias, ¿cuál no será su total realiza­ción?” (Sobre el Espíritu Santo, c. 15, n. 36. Lunes IV de Pascua).

2. San Cirilo de Jerusalén: El Espíritu Santo, manantial de agua viva.
         —      “La vida verdadera y auténtica es el Padre, fuente de la que, por medio del Hijo, en el Espíritu Santo, manan sus dones para todos, y, por su benignidad, también a nosotros los hombres se nos han prometido verídicamente los Bienes de la vida eterna” (Catequesis, n. 18, 26-29. Jueves V del Tiempo ordinario).
    —      ¿Por qué el Espíritu Santo es presentado como “manantial de agua viva”? Cirilo responde: “Así como el agua es una y la misma, pero produ­ce efectos diferentes (palmera, vid, etc.); así tam­bién el Espíritu Santo, siendo uno y el mismo, es la fuente de diversísimos dones y carismas: ‘A cada uno se le otorga la manifestación del Espíri­tu para común utilidad’.
     “Su actuación en el alma es suave y apacible, su experiencia es agradable y placentera y su yugo es levísimo. Su venida va precedida de los rayos brillantes de su luz y de su ciencia. Viene con la bondad de genuino protector; pues viene a salvar, curar, enseñar, aconsejar, fortalecer, consolar, ilu­minar en primer lugar la mente del que lo recibe y, después, por las obras de éste, la mente de los demás”.
     “Y, del mismo modo que el que se hallaba en tinieblas, al salir el sol, recibe su luz en los ojos del cuerpo y contempla con toda claridad lo que antes no veía; así también al que es hallado digno del Espíritu Santo se le ilumina el alma y, levanta­do por encima de la razón natural, ve lo que antes ignoraba” (Catequesis 16 sobre el Espíritu Santo. Lunes VII de Pascua).

3. S. S. EL BEATO JUAN PABLO II: Reinado de Cristo y del Espíritu.
     “Reconozcámoslo francamente: este misterio de la presencia trinitaria en la humanidad mediante el Reinado de Cristo y del Espíritu es la verdad más bella y más letificante que la Iglesia puede dar al mundo” (Audiencia general 22-XI-1989, catequesis sobre el Espíritu Santo).


         3.  EL REINADO DEL ESPÍRITU SANTO EN LOS ESCRITOS DE CONCHITA

        
         Venerable y Sierva de Dios
     María Concepción Cabrera de Armida
     3 de marzo (celebración)
     Esposa, madre, abuela y Fundadora (1862-1937)
     UN TESTIMONIO DE SANTIDAD SEGLAR


                  La Fama de Santidad con la que brilló durante su vida, con el paso del tiempo fue creciendo; por lo que el Arzobispo de México inició la Causa de beatificación y canonización con el Proceso Ordinario instruido en los años 1956-1959, al que se añadió el Proceso Rogatorial de San Luis Potosí.
El 11 de mayo de 1982 se promulgó el decreto de la Introducción de la Causa y durante los años 1982-1984 se instruyó el Proceso Apostólico en la misma Curia arzobispal de la Ciudad de México. La autoridad y valor de estos Procesos fue aprobada por la Congregación para los Santos por decreto promulgado el 27 de febrero de 1986.

Hecha la Posición, se hizo la pregunta según las normas: "si la Sierva de Dios había ejercitado las virtudes en modo heroico o no". El 2 de marzo de 1999 se tuvo el Congreso Peculiar de los Teólogos Consultores con buen resultado. Los Padres Cardenales y Obispos después, en la Sesión Ordinaria del día 19 de octubre siguiente, siendo Ponente el Eminentísimo Señor Cardenal Alfonso López Trujillo, declararon que "la Sierva de Dios María de la Concepción Cabrera había observado las virtudes teologales, las cardinales y las anexas a éstas en forma heroica". 

Finalmente, hecha una cuidadosa relación de todas estas cosas al Sumo Pontífice Beato Juan Pablo II, por el suscrito Prefecto, Su Santidad, recibiendo y teniendo por válidos los votos de la Congregación para las Causas de los Santos, mandó que se redactara el decreto sobre las virtudes heroicas de la Sierva de Dios.

Y declaró solemnemente:
"Que en este caso y para el efecto de que se trata, constan las virtudes teologales de Fe, Esperanza y Caridad, tanto hacia Dios como hacia el prójimo y también de las virtudes cardinales de Prudencia, Justicia, Templanza y Fortaleza y las anexas a ellas, en grado heroico, de la Sierva de Dios Concepción Cabrera viuda de Armida, Madre de familia".
El Sumo Pontífice mandó que este decreto se haga de derecho público y se consigne en las actas de la Congregación para las Causas de los Santos. Dado en Roma, el 20 de diciembre de 1999.

Las Obras que la Sierva de Dios: Concepción Cabrera de Armida (Conchita) fomentó son:
1) El Apostolado de la Cruz, que impulsa a los que quieren santificar todos los actos de su vida.
2) La Congregación de las Hermanas de la Cruz del Sagrado Corazón de Jesús, cuyo principal propósito es, mediante una vida de continuo sacrificio y de adoración al Santísimo Sacramento, expiar las injurias inferidas al Corazón de Jesús.
3) La Alianza de Amor con el Corazón de Jesús, para los laicos que se esfuerzan en cultivar en el mundo el espíritu de las Religiosas de la Cruz.
4) La Liga Apostólica, que trata de reunir a los sacerdotes diocesanos que participan de las Obras de la Cruz.
5) La Congregación de Misioneros del Espíritu Santo, fundada por el Padre Félix de Jesús Rougier.

El documento Vaticano de reconocimiento habla de Conchita como una esposa que "mientras cumplía con sus oficios de madre, secundando la vocación religiosa de dos de ellos, desarrolló una amplia actividad apostólica suscitando y favoreciendo el crecimiento de dos congregaciones religiosas, dos obras laicales y una fraternidad sacerdotal. Al mismo tiempo, diligentemente cultivó su vida interior. Editó muchos libros (actualmente casi un millón de copias en diversas lenguas), escribió sobre su progreso espiritual, sus fenómenos místicos y sobre su múltiple actividad apostólica".

Luis María Martínez, Arzobispo de México y su director espiritual en los últimos doce años de su vida decía de ella: "Es una gran mística a la altura de las más grandes que ha tenido la Iglesia".

           Para comprobarlo basta consultar la obra publicada recientemente por el padre Juan Gutiérrez, "Concepción Cabrera de Armida, Cruz de Jesús" que pone en manos de los lectores casi la totalidad de los sesenta y seis volúmenes que forman el Diario Espiritual de Conchita.

     Interminable sería la tarea, si quisiéramos recoger de los 66 Tomos de la Cuenta de Concien­cia de Conchita cuanto escribió acerca de “el rei­nado del Espíritu Santo”. Basta con hacer referen­cia a ciertos textos principales, que —desde luego— deben ser leídos e interpretados a la luz de la Tradición de la Iglesia.
         1. El tiempo del reinado del Espíritu Santo.
     — “¡Ha llegado el tiempo de impulsar el rei­nad del Espíritu Santo!” (CC 50, 378. 13-11-1928).
— “En Dios no hay tiempo, y este reinado del Espíritu Santo que ahora quiero en el mundo, Él ya lo vio, lo tiene en Sí, como el principio y fin de los tiempos y todas las eternidades” (CC 40, 184, 26-1-1916).
— “No es una novedad o sólo un pasatiempo, el que Yo haya señalado para estos tiempos el rei­nado del Espíritu Santo en el mundo. Tiene esta voluntad de la Trinidad grandes planes de grandes bienes para la Iglesia, para las almas y para su gloria, en este reinado pleno del Espíritu Santo”
(50, 377. 13-11-1928).
         2.  El reinado de Jesús es el reinado del Espíritu Santo.
     — “Quiero reinar en el mundo como Rey de paz y de amor; quiero que se proclame por todo el universo mi realeza, mi dominio de caridad y de unión; quiero dominar pero con el cetro de paz, pacificando naciones y corazones: ¡quiero reinar por el Espíritu Santo!” (CC 49, 333. 13-XI-1927).
         3.  Un reinado que abarque el mundo entero: el exterior y el interior, en los corazones, en la Iglesia, en los sacerdotes, en las almas.
     — “Mi Corazón ansía su reinado (del E.S.) en el mundo interior y en el exterior, porque entonces, trocándose, se encenderían las almas, se avivaría su fe, glorificando’a la Trinidad. ¡Que reine ya el Amor, que es el Espíritu Santo!” (CC 40, 191. 28-1-1916).
— “Es mi voluntad que en todo el mundo se clame al Espíritu Santo, implorando la paz y su reinado en los corazones. Sólo este Santo Espíritu puede renovar la faz de la tierra, y traerá la luz, la unión y la caridad a los corazones” (CC 42, 155. 27-IX-1918).
         4.  Finalidad y efectos del reinado del Espíritu Santo.
     1º Dar a conocer al Padre y a Jesús, dando así gloria a la Trinidad:
— “Quiere reinar el Espíritu Santo en los corazones y en el mundo entero para hacer amar al Padre, y dar testimonio de Mí, calcándome en los corazones y glorificándome, aunque la gloria de Él es la de toda la Trinidad” (CC 40, 181. 26-1-1916).
— “¡Que reine el Espíritu Santo y el mundo me conocerá y amará en Mí a la Divinidad, una con la del Padre y el Espíritu Santo, no partida ni revuelta en tres divinidades, sino en la unidad de la Trinidad!” (CC 60, 384, 3-IV-1933).
     2º Hacer revivir la fe, descubrir el valor de la cruz, destruir el reinado de Satanás y del sensua­lismo, transformar a los hombres en Cristo, reno­var la faz de la tierra:
     — “A medida que el Espíritu Santo reine, se irá destruyendo el sensualismo que hoy inunda la tierra, y nunca enraizará la cruz si antes no prepara el terreno el Espíritu Santo. Por esto se apareció El primero a tu vista que la Cruz, por esto preside en la Cruz del Apostolado” (CC 35,71. 19-11-1911).
— “Extender el reinado del Espíritu Santo es destruir el de Satanás, es acercar las almas a mi Corazón, regenerarlas por la cruz, porque al acer­carse al Espíritu Santo, con su luz les muestra el camino del dolor, con su influencia lo suaviza y con su consolación las alegra, haciéndoles fácil el camino de las virtudes” (CC 40, 189. 26-1-1916).
— “Sólo este Santo Espíritu puede renovar la faz de la tierra, y traerá la luz, la unión y la caridad a los corazones” (CC 42, 155. 27-IX-19 18).
     5. El reinado del Espíritu Santo y la Virgen María.
     El reinado del Espíritu Santo traerá un conoci­miento nuevo del papel y de la misión de la Santí­sima Virgen María en el plan de la salvación.
— “Para estos últimos tiempos destinados al reinado del Espíritu Santo, y triunfo final de la Iglesia, estaban reservados el honrar los martirios de la soledad de María” (CC 41, 286. 30-VI-19l7).
—      “Ahora que va a renacer el reinado del Espíritu Santo, como un nuevo Pentecostés, saldrá María a relucir, saldrá a la luz esta Esposa amadísi­ma para que se canten sus glorias a la par que las de ese Divino Espíritu, y a continuar siendo instru­mento de las operaciones de gracias...” (CC 41, 303. 2-VII-l917).
     6. El reinado del Espíritu Santo y los sacerdotes.
—      “Necesito sacerdotes santos, enamorados de mi Corazón, que impulsen el reinado del Espíri­tu Santo en las almas” (CC 37. 18. l8-VI-1912).
— “Vendrá el reinado del Espíritu Santo en las almas de mis sacerdotes” (CC 51, 137. 11-111­1928).
— “Ha llegado la hora del triunfo del Espíritu Santo en mis sacerdotes; pero tienen que ir simultá­neamente el reinado del Espíritu Santo en el mundo con la transformación de los sacerdotes en Mí. De mis sacerdotes depende muy especialmente el éxito de este reinado del Espíritu Santo en el mundo, porque ellos son el conducto de mi Iglesia para espiritualizar lo materializado, usando de todos los medios santos del Espíritu Santo” (CC 51, 241. 27-111-1928).
—      “No me cansaré de insistir en el reinado pleno, absoluto y sin estorbos del Espíritu Santo en el alma de los sacerdotes... Para que reine el Espíri­tu Santo, necesito corazones puros” (CC 52. 235. 29-VIII- 1928).
 7.      “Un nuevo Pentecostés que establezca el reinado del Espíritu Santo”.
     Y como síntesis del pensamiento de Conchita acerca del Reinado del Espíritu Santo, podemos citar una frase que en sus intuiciones espirituales será también la culminación de la misión que el Señor ha confiado a las Obras de la Cruz:

“Tal será la consumación en la tierra de las Obras de la Cruz: ¡un nuevo Pentecostés que establezca sobre la tierra el reinado del Espíri­tu Santo!” (CC 44, 174. 2-1-1 924).

         4.- EL REINADO DEL ESPÍRITU SANTO.
         Doy gracias a Dios porque como decía el principio de este tema, ya ha llegado la hora del Reinado del Espíritu Santo y del triunfo de la Iglesia. Por esto quiero terminar con algunas ideas a este respecto a partir del Catecismo de la Iglesia Católica, porque el catecismo como dijo el Beato papa Juan Pablo II en Roma el 26 de marzo de 1993: “es el compendio de la única y perenne fe católica, y norma auténtica y segura para la enseñanza de la doctrina” de la Iglesia.
1.  En Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, hay una sola naturaleza y una sola operación.
         Los números 258 y 259 forman parte del con­junto doctrinal que trata de “las obras divinas y las misiones trinitarias”. La enseñanza central es ésta: Todo cuanto hace Dios es obra común del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, porque en Dios hay una sola naturaleza y, por consiguiente, hay una sola operación; sin embargo, cada persona divina realiza la obra según su propiedad personal. De aquí se desprenden fórmulas-síntesis que expresan la acción de Dios, como son las siguientes: “Del Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo”; “Al Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo”; “Por Cristo al Padre en la unidad del Espíritu Santo”; “Tú, Padre, por Jesu-Cristo en el poder del Espíritu Santo”; “Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo”.
258 Toda la economía divina es la obra común de las tres personas divinas. Porque la Trini­dad, del mismo modo que tiene una sola y misma naturaleza, así también tiene una sola y misma ope­ración (cf Cc. de Constantinopla, año 553; DS 421). “El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no son tres principios de las criaturas, sino un solo princi­pio” (Cc. de Florencia, año 1442: DS 1331). Sin embargo, cada persona divina realiza la obra común según su propiedad personal.
Así la Iglesia confiesa, siguiendo al Nuevo Testamento (cf 1 Co 8,6): “uno es Dios y Padre de quien proceden todas las cosas, un solo Señor Jesu­cristo por el cual son todas las cosas, y uno el Espí­ritu Santo en quien son todas las cosas” (Cc. de Constantinopla II: DS 421). Son, sobre todo, las misiones divinas de la encarnación del Hijo y del don del Espíritu Santo las que manifiestan las pro­piedades de las personas divinas.
259 Toda la economía divina, obra a la vez común y personal, da a conocer la propiedad de las personas divinas y su naturaleza única. Así, toda la vida cristiana es comunión con cada una de las per­sonas divinas, sin separarlas de ningún modo. El que da gloria al Padre lo hace por el Hijo en el Espíritu Santo; el que sigue a Cristo, lo hace por­que el Padre lo atrae (cf Jn 6,44) y el Espíritu lo mueve (cf Rm 8,14).
2El tiempo presente es el tiempo del Espíri­tu.
         El número 672 está enmarcado en el 7º artícu­lo del Credo, que se refiere a la segunda Venida de Cristo, al final de los tiempos: “Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos”. Entre la Ascensión de Jesús y su retorno para establecer definitivamente el glorioso Reino mesiánico, corre el tiempo presente en el cual nos encontramos: “Este tiempo es el tiempo del Espíritu Santo y del testimonio”.
672 El tiempo presente, según el Señor, es el tiempo del Espíritu y del testimonio (cf Hch 1,8), pero es también un tiempo marcado todavía por la “tristeza” (1 Co 7,26) y la prueba del mal (cf. Ef 5,16) que afecta también a la Iglesia (cf 1 P 4,17) e inaugura los combates de los últimos días (1 Jn 2,18; 4,3; 1 Tm 4,1). Es un tiempo de espera y de vigilia (cf Mt 25,1-13; Mc 13,33-37).
3.  Es justo que el Espíritu Santo reine.
         El número 703 se encuentra dentro del artícu­lo 8º: “Creo en el Espíritu Santo”, y más específi­camente en la sección que trata de la acción con-junta de la Palabra de Dios y de su Espíritu en la creación del mundo.
703 La Palabra de Dios y su Soplo están en el origen del ser y de la vida de toda creatura (cf Sal 33,6; 104,30; Gn 1,2; 2,7; Ecl 3,20-21; Ez 37,10): Es justo que el Espíritu Santo reine, santifi­que y anime la creación porque es Dios consubs­tancial al Padre y al Hijo...  A El se le da el poder sobre la vida, porque siendo Dios guarda la crea­ción en el Padre por el Hijo (Liturgia bizantina, Tropario de maitines de los domingos del segundo modo).
4.  La Pascua de Cristo se consuma con la efusión del Espíritu Santo.
         Los números 731-732, dentro del mismo artí­culo 8º, definen lo que esencialmente fue Pente­costés: La consumación de la Pascua de Jesús, la efusión del Espíritu Santo, la revelación plena de la Santísima Trinidad, la apertura de las puertas del Reino anunciado por Cristo, y el inicio de los “últimos tiempos”, el tiempo de la Iglesia.
731 El día de Pentecostés la Pascua de Cristo se consuma con la efusión del Espíritu Santo que se manifiesta, da y comunica como Persona divina: desde su plenitud, Cristo, el Señor (cf Hch 2,36), derrama profusamente el Espíritu.
732 En este día se revela plenamente la Santí­sima Trinidad. Desde ese día el Reino anunciado por Cristo está abierto a todos los que creen en Él: en la humildad de la carne y en la fe, participan ya en la Comunión de la Santísima Trinidad. Con su venida, que no cesa, el Espíritu Santo hace entrar al mundo en los “últimos tiempos”, el tiempo de la Iglesia, el Reino ya heredado, pero todavía no con­sumado: Hemos visto la verdadera Luz, hemos reci­bido el Espíritu celestial, hemos encontrado la ver­dadera fe: adoramos la Trinidad indivisible porque ella nos ha salvado (Liturgia bizantina, Tropario de Vísperas de Pentecostés; empleado también en las liturgias eucarísticas después de la comunión).
5.  “Rey celeste, Espíritu Consolador...”
         El número 2671 pertenece a la cuarta parte del Catecismo, cuando se trata del camino de la ora­ción. La oración va al Padre y a Jesús, pero sólo es posible gracias al influjo del Espíritu Santo. Por tanto, hay que pedir al Padre, por Cristo, que nos dé su Espíritu, y hay que invocar al mismo Espíri­tu Santo para que se digne venir a nosotros.
2671 La forma tradicional para pedir el Espí­ritu Santo es invocar al Padre por medio de Cristo nuestro Señor para que nos dé el Espíritu Consola­dor (cf Lc 11,13)... Pero la oración más sencilla y la más directa es también la más tradicional: “Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor” (cf Secuen­cia de Pentecostés). Rey celeste, Espíritu Consola­dor, Espíritu de Verdad, que estás presente en todas partes y lo llenas todo, tesoro de todo bien y fuente de la vida, ven, habita en nosotros, purifícanos y sálvanos, Tú que eres bueno (Liturgia bizantina, Tropario de vísperas de Pentecostés).
6.  El Reino del Espíritu Santo.
         Finalmente, los números 2806, 2818 y 2819 se hallan en la explicación sobre las siete peticiones del “Padre Nuestro”, y particularmente cuando trata de la segunda: “Venga a nosotros tu Reino”. La venida del Reino es obra del Espíritu Santo, y los tiempos en que estamos son los últimos, y son los de la efusión del Espíritu Santo.
2806 Mediante las tres primeras peticiones (del “Padre Nuestro”) somos afirmados en la fe, colmados de esperanza y abrasados por la caridad. Como criaturas y pecadores todavía, debemos pedir para nosotros, un “nosotros” que abarca el mundo y la historia, que ofrecemos al amor sin medida de nuestro Dios. Porque nuestro Padre cumple su plan de salvación para nosotros y para el mundo entero por medio del Nombre de su Cristo y del Reino de su Espíritu Santo.
7.  El Reino de Dios, obra del Espíritu del Señor.
2818 En la Oración del Señor, se trata princi­palmente de la venida final del Reino de Dios por medio del retorno de Cristo (cf Tt 2,13). Pero este deseo no distrae a la Iglesia de su misión en este mundo, más bien la compromete. Porque desde Pentecostés, la venida del Reino es obra del Espíri­tu del Señor “a fin de santificar todas las cosas lle­vando a plenitud su obra en el mundo” (MR, ple­garia eucarística IV).
8.     Los últimos tiempos son los de la efusión del Espíritu Santo.
              2819 “El Reino de Dios es justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo” (Rm 14,17). Los últimos tiempos, en los que estamos, son los de la efusión del Espíritu Santo. Desde entonces está entablado un combate decisivo entre “la carne” y el Espíritu (cf Ga 5,16-25).

CONCLUSIÓN

     Desear y rogar que se establezca y se extienda en el mundo “el reinado del Espíritu Santo” no es otra cosa que elevar al Padre la oración misma de Jesús, que decía: “¡Venga a nosotros tu Reino!”.
     Ahora bien, la noción de “el reinado del Espí­ritu Santo” está vinculada al misterio de Pentecos­tés y depende de él.
     El día en que Cristo glorificado, vivo y pre­sente en la comunidad cristiana, estableció de manera singular el reinado de Dios, mediante la efusión del Espíritu Santo, fue un día excepcional en la historia de la humanidad. A partir de ese momento comenzó en el mundo, de manera nueva, el reinado del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, o “el reinado del Padre, por Jesucristo, en el poder del Espíritu Santo”.

     Este reinado trinitario continuará desarrollán­dose incesantemente a través de los siglos hasta que llegue a su perfección y plenitud el día de la Parusía, día de la Manifestación gloriosa de Cristo Jesús, nuestro Señor (1Co 15, 24-28). 

     Entretanto, la Iglesia de Cristo no se cansa de rogar y de invocar diariamente al Espíritu Santo, clamando:

“¡Ven, Espíritu Santo!
¡Llena los corazones de tus fieles
y enciende en ellos el fuego de tu amor!”.

Y nosotros, fieles hijos suyos, le hacemos eco con nuestra plegaria:

“¡Ven, ven a reinar, Espíritu de Amor!
¡Ven a inflamar a este mundo pecador!”

ORACIÓN DE CONSAGRACIÓN DE MÉXICO
AL ESPÍRITU SANTO

Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, 20 de abril de 2009
 
[Los Obispos, exclusivamente] 
Espíritu Santo,
fuente de vida y santidad,
hoy, los Obispos de México,
a los pies de Santa María

de Guadalupe, te renovamos
la consagración de nuestra patria.


En este delicado momento de nuestra historia,
recurrimos a ti, Espíritu del Padre y del Hijo,
para que reavives nuestra fe y nuestra esperanza
y nos impulses a construir una nación más justa, fraterna y solidaria.
Llena de tus dones y carismas a quienes hemos recibido el bautismo,
para que, como discípulos, escuchemos y vivamos el Evangelio,
y, como misioneros, anunciemos a Jesucristo
hasta los últimos rincones de nuestro país, y más allá de sus fronteras.
Derrama tu fuerza y tu luz sobre los laicos y las laicas,
para que con su testimonio de vida y su acción apostólica
transformen desde dentro las realidades temporales
y hagan que nuestros pueblos tengan vida en abundancia.
Espíritu santificador, ¡ven sobre las personas consagradas!,
para que, siguiendo radicalmente a Jesucristo,
y colaborando, desde su carisma, en la misión eclesial,
impulsen el establecimiento del reinado de Dios en nuestra patria.
Y a nosotros, Obispos de la Iglesia en México,
juntamente con los diáconos y presbíteros de nuestras Diócesis,
transfórmanos en Jesucristo, Buen Pastor,
e impúlsanos a entregar la vida sirviendo al Pueblo de Dios.

[Todas las personas presentes en la celebración]
Espíritu creador, al igual que en la mañana de Pentecostés,
estamos hoy reunidos en oración, con María, nuestra Madre;
que ella sea la estrella de la nueva evangelización
que quienes creemos en Cristo debemos realizar en estos tiempos difíciles.
Fuego divino, ¡ven a nosotros, úngenos, conságranos!,
y realiza en nuestra patria las maravillas que obraste al comienzo de la Iglesia,
para que esta consagración dé inicio a un nuevo Pentecostés,
y lleguemos a ser el país de la esperanza, del amor, de la alegría y de la paz.
Amén.

Mn. Alberto Jiménez Moral; Rector

Encuentro de Adoración, Alabanza, Crecimiento y Fraternidad
Parròquia Sant Joan Baptista, Montgat, Barcelona, 17 de junio del 2012